La muerte no cambia algunas cosas
Nunca me regocijé en el
sufrimiento ni en la muerte de nadie.
No voy a empezar ahora.
Pero tampoco creo que la
muerte santifique y convierta en bueno a quien no lo fue. No creo en los
panegíricos reivindicadores.
A los 78 años, murió Reinaldo
Gargano.
En su juventud, integró un
grupo de jóvenes militantes del PS influido por el leninismo, entre los que se
contaban Raúl Sendic, Vivián Trías, Guillermo Chifflet y José Díaz, que en 1962
desplazó al socialdemócrata Emilio Frugoni de la secretaría general y luego del
propio partido.
O sea, comunistas
infiltrados en el Partido Socialista de Frugoni, lo traicionaron y se quedaron
con el partido.
En 1967, tras la
conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas) realizada
en La Habana, Cuba, que convocó a la lucha armada como forma de destruir el
capitalismo y arribar al socialismo, el PS adhirió, al menos de palabra, a la
lucha armada.
La finalidad de la lucha
armada era terminar con la democracia para poder instalar el “socialismo” a la
cubana, o sea, la dictadura comunista directamente, al servicio de la extinta
URSS, por medio de su cipayo Fidel Castro.
De eso fue cómplice e
instigador, arengando a jóvenes a tomar las armas y dar su vida por el
proyecto, pero no jugándose la propia.
No fue un hombre de
democracia sino su enemigo. Dedicó su vida a destruirla desde adentro, cuando
no pudo desde afuera.
Si en el instante final,
reconoció a ese Dios en el que no creyó y se arrepintió sinceramente de los
pecados cometidos, habrá sido perdonado.
De lo contrario, el maligno
lo tendrá en el fuego eterno junto con las peores bestias de la historia, como
Lenin, Stalin, Hitler pol pot, etc.
Que en paz descanse, si
puede.
Lonjazo
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